Una vez leí que “el recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo” (Gustavo Adolfo Bécquer); después de algunos viajes realizados pienso que esta frase, fácilmente, puede aplicarse a los mismos, por lo que los recuerdos que te deja un viaje llegan a ser más importantes que el viaje en sí mismo.
Catedral San Basilio (foto: tetrabrain) |
En esta oportunidad, los llevo hasta Rusia, concretamente a Moscú y a San Petersburgo, en un viaje que hice hace 10 años. Para ese entonces vivía en Inglaterra, en un pequeño pueblo sureño llamado Bournemouth; tengo a una excelente amiga que estudiaba en Turku (Finlandia) y el viaje a Rusia fue uno entre los varios países que visité en esa oportunidad. Recuerdo estar chateando uno de tantos días del último trimestre del 2000, cuando surgió la idea de parte de ella en forma de pregunta: ¿Por qué no te quedas en Inglaterra y el próximo año viajamos a Rusia?. Un tiempo después, se agregarían los países bálticos al viaje (Estonia, Letonia y Lituania), junto con Polonia, pero esos países no forman parte de este recuerdo.
Entramos a territorio ruso por vía férrea, procedentes de Helsinki y con destino Moscú. Luego, iríamos a San Petersburgo antes de regresar por el mismo camino hasta la capital finlandesa. Lo primero que recuerdo al bajar al andén fue ver un tren distinto al resto, luego me daría cuenta que era el muy conocido tren transiberiano. Lo segundo, fue estar en mitad de mucha gente, viendo la boca de la entrada al metro, con la vista que iba desde mi libro de viaje al nombre de la estación; mi amiga a un lado viendo como trataba de descubrir cual era el nombre de esa estación. Después de unos minutos que en mi mente se confunden como si hubiese sido una eternidad, logré descifrar parte del “garabato” que allí, en plena entrada del metro, nos desafiaba. No se si ahora se habrán abierto más al turismo, pero en esa oportunidad la mayoría de las cosas estaban escritas en caracteres rusos. Se leía, por ejemplo: Калининская, mientras que en el plano de metro de mi libro estaba la transliteración en inglés que decía Kalíninskaya. Logré descubrir, como dije antes, que por ejemplo la terminación ская era kaya, y al ver esto entonces lo que hacía era que dentro de los caracteres rusos veía alguna letra parecida y así me ponía como loco a buscar hasta que lograba dar con el nombre de la estación. Habían otros nombres que terminaban de forma diferente, como por ejemplo: Vystavochnaya (Выставочная), pero ya tenía en la cabeza una especie de visor-traductor que ayudaba a ubicarme.
Si ahora mismo retrocedo en el tiempo, concluiría que este viaje fue una aventura total. No todo el mundo hablaba inglés y no todo el mundo se ofrecía a ayudarte. Tantos años de encierro al Mundo, aún para ese entonces se hacían sentir en cada paso que dabas por la ciudad. Recuerdo una noche que teníamos que llegar a la estación de trenes para ir a San Petersburgo y como no sabíamos donde estaba le tratábamos de preguntar a la gente; pero ni haber dicho palabras referidas al tren de varias maneras (train, tren, rail, riel, etc), como tampoco haber tratado de reproducir un sonido típico de tren (tren en movimiento, sonido de un tren), nos ayudó mucho. Finalmente, logramos dar con alguien que nos indicó con la mano la entrada a un edificio.
Hablar de Moscú y San Petersburgo, es hablar de la Plaza Roja, la catedral San Basilio, el Kremlin, el mausoleo de Lenin, el teatro Bolshoi, el museo Hermitage, la fortaleza de Pedro y Pablo, la catedral de San Isaac y otros.
Resumiendo, más allá de todos estos sitios turísticos, hablar de Moscú y San Petersburgo es vivir el momento de tratar de ubicarse en que estación de metro estás; es pasar una tarde por la plaza frente al teatro y tratar de regatear una entrada para la noche y ver el famoso ballet de Moscú; es caminar por las calles e insólitamente, de repente, de un bar escuchar que sale la melodía de una canción de al menos 10 años atrás de un cantante de tu país de origen; es coger un bus urbano y estar como uno más de los tantos que viven allí; es caminar por la universidad de Moscú y observar un edificio inmenso e imponente (mandado a construir por Stalin) que se levanta en el campus universitario; es reconocer que la catedral de la resurrección de Cristo (en San Petersburgo) esta mejor preservada que la de San Basilio (en Moscú); es admirar lo espacioso del Hermitage y llegar a pensar que los niños de los zares tienen que haberse perdido en ese Palacio; es que te manden a hacer silencio y casi ni respirar cuando estas dentro del mausoleo de Lenin; es saber que el domo de la catedral de San Isaac (en San Petersburgo) está hecho de 100 kilos de oro y si hace un día soleado es capaz de verse desde lejos; es escuchar de boca de un moscovita lo increíble de haber vivido lo que vivieron y que todavía se rinda culto al cuerpo embalsado de Lenin y malgastar tanto dinero para preservarlo; es quedar maravillado con algunas de las impresionantes estaciones del metro de Moscú; es comprar una matriuska; es ver los famosos huevos Fabergé; es que te expliquen el significado de las pinturas dentro de una iglesia ortodoxa; es mirar hacia atrás en tu memoria y recordar, como si hubiese sido ayer mismo, tantos gratos y buenos momentos vividos.
Como bien dices en tu post, lo que más impresiona de Rusia (y de Moscú o San Petersburgo) en la amplitud y lo magnánimo de sus calles, edificios o parques.
ResponderEliminarEl Hermitage de San Petersburgo, imposible de ver en un solo día, al igual que todas las atracciones turísticas e históricas que ofrece Moscú, una ciudad que al principio la odias, pero que si estás por sus calles más de un par de días pronto la amarás y echarás de menos en cuanto te vayas.